martes, 2 de agosto de 2011

Plastilina ya llegó!

El día 21 de julio Plastilina decidió que ya era hora de salir. Y lo decidió de pronto. Sin más. 
El día anterior, a eso de las tres de la mañana me desperté porque no podía dormir. Me senté en la cama y me puse a leer. En ese momento noté algo raro así que fui al baño y vi que había echado algo que yo indentifiqué como el tapón mucoso. Por más vueltas que le di no logré acordarme de cuándo se supone que empieza el parto una vez que has expulsado dicho tapón. Busqué en internet pero no logré dar con la respuesta y eso que la había leido hacía poco. Así que, me volví a acostar e intenté dormir.
Al dia siguiente mi madre, mi sobrina y yo estuvimos comiendo con unas amigas. Al final de la comida empecé a sentirme incómoda por estar sentada así que pensé en ir a casa a dormir un poco de siesta. En el camino, a pocos minutos de mi piso, rompí aguas. Fue de película. En menos de un segundo estaba totalmente mojada y aquello no paraba de gotear.
En cuanto llegué a casa llamé a mi Chico y le dije que me iba al hospital porque el parto estaba ya en camino. Me duché rápidamente, metí un par de cosas más en la bolsa del hospital y nos fuimos caminando para allá.
Decidí ir andando porque está muy cerca (unos quince minutos) y porque sabía que una vez que llegara allí me mandarían caminar.
Una vez en el hospital y ya realizado el ingreso me mandaron a una habitación donde una matrona me dio un camisón y me pidió que me cambiara. No sabía si me iba a quedar allí o si luego tendría que cambiarme de habitación para ir al paritorio.
La matrona me puso los monitores para controlar que todo estuviera bien con Plastilina. Después vino un médico que me tomó un par de datos (enfermedades, alergias, historial del embarazo, etc) y que volvió a irse.
En ese momento llegó mi Chico. El pobre había venido corriendo con la bici y llegó sudando. 
La matrona me inspeccionó y me dijo que tenía un centímetro de dilatación así que aún quedaba un buen rato. Una vez que me quitaron los monitores me recomendó que saliera a caminar y que la avisara en una hora para ver cómo iba la cosa. Ah, también nos informó de que aquella habitación tan mona era el paritorio. Bueno, con ese nombre yo me había imaginado algo más frío y aséptico y no una habitación con un banco, mesa, sillas, ordenador, lavabo, etc.
Hablé con mi madre y mi sobrina les dije que lo mejor que podían hacer era irse a casa ya que aquello iba para largo. En el curso de preparación nos habían dicho que primero debía tener contracciones cada diez minutos durante un par de horas y que, a partir de ahí, podía durar entre 15 y 25 horas. Y como yo no tenía contracciones ni molestias...me imaginaba que sería un parto lento. 
Ellas insistieron en quedarse así que dimos un par de paseos por el pasillo. Mi madre no me dejó bajar a la cafetería ni salir de la planta. Así que fui pasillo arriba y abajo durante un buen rato. 
A eso de las tres o quizás más tarde empecé a sentir algo que identifiqué como las famosas contracciones. Eran algo muy suave, como cuando se tienen gases, y venían de forma muy esporádica. Intentamos cronometrarlas pero no eran regulares y era difícil llevar una cuenta.
Una hora después la matrona volvió a ponerme los monitores y me confirmó que todo iba muy bien y que el bebé estaba perfectamente. Entonces llegó un médico y me puso antibióticos via intravenosa. Al parecer hay riesgo de infección cuando se ha roto aguas. 
Para entonces ya notaba como las contracciones eran un poco más fuertes y al conometrarlas vimos que venían cada dos minutos y medio y que duraban unos 40 segundos. Chico, móvil en mano, me iba avisando de cuándo llegarían. Era como una marcha atrás hacia el dolor que me asustaba y a la vez me ayudaba: podía ir preparándome para cuando llegaran.
Salí a hablar con mi madre y mi sobrina y les dije que tenían que irse a casa pues eran las 6 de la tarde, la sala había apagado las luces, y yo aún tenía un largo camino por delante. Pero las muy cabezotas dijeron que aún se quedaban un poco más. Yo intenté aguantar con ellas un rato pero estaba muy incómoda y empezaba a tener sueño así que me despedí y me fui a la habitación para tumbarme.
Casi al momento llegó la nueva matrona y me preguntó si quería irme a la bañera para dilatar.Y eso hicimos. La bañera es más un jakuzzi que otra cosa porque era enorme, redonda y con una escalerilla para entrar. La matrona había puesto música relajante y unos aceites aromáticos así que aquello parecía que iba a ser una sesión de spa.
Nada más lejos de la realidad...empezó todo muy bien, el agua caliente, la música, el olor...casi pensé que podría echarme una siesta pero no fue así porque las contracciones empezaron de verdad. Chico estaba sentado en una silla, con el portátil viendo la tele y a la vez con el móvil controlando las contracciones.
Estas eran cada vez más fuertes y cada vez se parecían menos a cualquier dolor que hubiera tenido hasta entonces. Lo bueno de estar en el agua, además de la temperatura agradable, es que puedes moverme con mucha más facilidad y encontrar la postura más cómoda cuando te viene el dolor. Y entre una contracción y otra tienes unos pocos segundos para relajarte y tomar fuerzas para la siguiente.
A estas alturas yo ya había empezado a gritar y me alegré de haber visitado el curso de preparación al parto porque puse en práctica algunas de las cosas que nos enseñaron. Lo que más me ayudó fue ir dejando salir el aire de una forma lenta a través de una "a" larga. Es decir, cuando venía la contracción yo gritaba " aaaaaa" concentrándome en dejar salir el aire lenta y constantemente en lugar de gritar de forma descontrolada.
Una hora después vino la matrona y me ayudó a salir del agua. Me sequé, me puse el camisón y la habitación a seguir dilantando. Los monitores dejaban ver que la niña estaba perfectamente y que las contracciones eran cada vez más intensas pero no tan regulares como hasta entonces.
En las siguientes horas la matrona fue de una ayuda incréible porque me animaba mucho, me decía que gritara con más fuerza, me trajo pastillas homeopáticas para el dolor y aceite para un masaje en la espalda y, sobre todo, me dio muchos consejos sobre formas de dilatar. Así que probé:
  • sentada en la bola de gimnasia, apoyándome en almohadones que Chico sujetaba y agarrándome a un paño colgado del techo cada vez que venía una contracción.
  • de pie, apoyándo la parte superior del cuerpo en la cama. Esta no me gustó mucho porque me cansaba las piernas y me daba mucho dolor de espalda.
  • de pie, agarrada a Chico, él sujetándome y yo dejándome caer cada vez. De esta forma hacía fuerza con los brazos y el estómago pero no con las piernas.
  • sentada a cuatro patas en la cama, con la cabeza hundida en la almohada (así mis gritos, ya ensordecedores, podían quedar un poco amortiguados)
Esta fue la postura de la fase casi final del parto. Ah, tengo que decir que a eso de las 10 ya tenía 7 centímetros de dilatación y que la matrona incluso me preguntó si había estado haciendo acupuntura porque el parto iba muy rápido. En esos momentos que te echen unas cuantas flores se agradece.
Y bueno, al final me dijo que me girara, que me sentara en la cama y que me agarrara al paño con cada dolor. Hasta entonces había estado muy segura de poder lograrlo pero en las últimas contracciones hubo un momento en el que pensé que aquello no acabaría nunca y que no sería capaz de traer al mundo a Plastilina.
Tengo que decir que en esta fase la matrona no era la única presente ya que, de pronto, habían aparecido dos mujeres más. Una, creo, era una practicante, y la otra una doctora. Se supone que los doctores sólo vienen cuando el parto no va del todo bien así que no sabía por qué, de pronto, ella estaba presente. La oí decir algo de ventosas o de usar un tipo de ayuda y eso me hizo sacar fuerzas para que Plastilina viniera al mundo de forma natural y sin problemas.
Y así fue. A las 00:33 vino. Y con su llegada, de pronto, se fueron todos los dolores y un alivio inmenso me llenó. La limpiaron rápidamente y al momento me la pusieron en el pecho. Su piel estaba caliente, arrugada y un poco pegajosa. Tenía una densa mata de pelo oscuro y toda ella era pequeñamente perfecta.
No recuerdo muy bien cuáles fueron las primeras palabras que le dije pero sé que mi voz fue suave, llena de alegría y de felicidad. Chico estaba a mi lado y dijo que era preciosa. Y los dos nos reímos.
Dicen que los recién nacidos tienen los cinco sentidos despiertos y activos y que pasará un tiempo hasta que vuelvan a tenerlos así. Que ven, oyen, huelen...que perciben cada detalle de lo que pasa a su alrededor. Y que hay un momento en el que te miran y es como si te reconocieran.
A mí me dio totalmente esa sensación porque ella hacía esfuerzos por mirar hacia arriba y de pronto nuestras miradas se encontraron y, de verdad, que sentí esa conexión entre las dos. Como dos personas que se conocen bien pero llevan tiempo sin verse y de pronto se reencuentran y basta con mirarse a los ojos para decirse miles de cosas.
Casi al momento empezó a buscar el pecho y Chico y yo nos reímos mucho viéndola buscar. Era como jugar a frío o caliente. Tardó poco en dar con lo que buscaba y una vez que lo encontró lo agarró con gana y se puso a mamar.

Mientras le daba de mamar notamos que su respiración sonaba un poco fuerte, como si le costara trabajo tomar aire, la enfermera se la llevó, con Chico pegado a ella, para limpiarle la nariz y al momento me la volvieron a traer.

Nos quedamos los tres allí, con luz ténue, oyendo como Plastilina mamaba. Fue un momento hermoso, lleno de alegría y ternura. Y es cierto lo que dicen, después de dar a luz no se tiene sueño sino que una se siente llena de energía, como si hubiera tomado una bebida energética. Lo que menos me apetecía era dormir y lo que más mirar cada detalle de Plastilina.

A eso de las tres de la mañana nos subieron a planta y Chico tuvo que irse a casa. Plastilina y yo nos quedamos juntas en la cama. Ella dormida y yo, con los ojos como platos, comprobaba cada dos por tres que ella respiraba. Así pasamos la primera noche.


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